El fútbol entró en España lo mismo que salía el mineral:
por los puertos. Allí donde hubo intereses británicos, tarde o temprano algún
marinero acabó bajando un balón del barco para darle patadas ante el asombro de
los nativos. En los lugares donde no había puerto, por ejemplo en Madrid,
fueron los estudiantes quienes se encargaron de traer las nuevas costumbres que
se jugaban en las tierras de Albión. Y en Avilés, como tenemos ambas cosas, de
ambas formas llegó hasta nosotros el fútbol. Por el puerto y por los libros.
Barcos y libros se juntaban en Salinas, un lugar que
casi tocaba puerto y donde la
Universidad de Oviedo decidió instalar una colonia de verano
que daba vacaciones a los niños más necesitados del interior. Mejoraba sus
cuerpos enclenques e introducía alimento espiritual a sus mentes. Con eso,
algún hotelito que otro y el apoyo de la Real Compañía
Asturiana de Minas, se montó una playa para el veraneo elegante. Un arenal que
fue, ante todo, la playa de la
Universidad de Oviedo. Y el principio del turismo de costa
por estos lares. Ahora que hemos descrito el escenario, demos un rodeo.
En sus inicios, la expansión geográfica de la práctica
fútbol coincidió, más o menos, con el Desastre español de 1898. El pesimismo
nacional. Había que regenerar el viejo cuerpo de España gangrenado por añosas
costumbres y la mala política. No mucho tiempo antes, en 1876, se había creado la Institución Libre
de Enseñanza. La ILE. El laboratorio pedagógico más
avanzado del momento. Una forma independiente de iniciar esa regeneración de la
patria, que debía de ser por igual ética, moral y física. Los discípulos de Giner de los Ríos le declararon la
guerra a los exámenes memorísticos, a la vez que elevaron a primera
línea del beneficio pedagógico el excursionismo, la geografía, el contacto con
la naturaleza, los viajes, la montaña, la playa, la “escandalosa” educación
mixta y, como recurso unido a la enseñanza, el deporte.
Como la
admiración por lo británico de los institucionistas era una de sus divisas,
para ellos llegar al fútbol fue algo natural. Bartolomé Cossío, continuador de
Francisco Giner al frente de la
ILE , alardeaba de haber traído a Madrid el primer balón de
fútbol con el que se jugó por esas tierras. Un balón inglés, por supuesto.
Fuera o no de esta forma, lo cierto es que, desde 1897, se empezaron a fundar
en Madrid los primeros equipos de fútbol con aquellos fogosos jóvenes que daban
puntapiés por los eriales de Moncloa y Puerta de Hierro.
Muchos de
esos primeros jugadores pertenecían a la Institución Libre
de Enseñanza y fueron sabia nutricia, durante años, del Madrid Football Club, fundado en 1902 por Juan Padrós quien, como
su hermano Carlos, segundo presidente del club, era un catalán instalado en
Madrid al amparo del negocio de venta de telas de sus padres. Aquel equipo
creció y llegó a llamarse Real Madrid cuando Alfonso XIII le cedió corona y
honores en 1920.
Estamos llegando a Salinas. En nuestras arenas la unión
de lo comercial y lo intelectual bajó la pelota al piso y la extensión del
fútbol fue casi lo mismo que la Extensión Universitaria.
El más brillante grupo de profesores conocido por la Universidad de Oviedo
en toda su historia. Republicanos, krausistas, institucionistas y anglófilos,
pusieron en pie los más modernos métodos de renovación pedagógica. Eran los
Adolfo Posada, Adolfo Álvarez-Buylla o Aniceto Sela, entre otros. Lo hicieron a
la vez que calzaban sandalias en los veranos de Salinas, haciendo turismo y
pastoreando a los guajes de las colonias infantiles. El Grupo de Oviedo, en
unión de algunos veraneantes madrileños afines a sus ideas y su profesión. Y
Leopoldo Alas, “Clarín”, por allí, siguiendo la jugada.
Estaban a la última. Con gran brillantez supieron hacer
suyos los métodos pedagógicos aplicándolos cada vez que les fue posible. El
deporte era algo más que ejercicio. Mucho más. Un resorte para compararse a los
más avanzados, para sacar a la patria del marasmo. Benito Álvarez Buylla cantó
las excelencias del fútbol en su vertiente moderna, pedagógica y de utilidad
regeneracionista, lo dejó escrito “por el alcance pedagógico y de mejoramiento
de la raza que tienen esos juegos de una de las naciones más adelantadas y más
fuertes del mundo”.
La conexión madrileña funcionó
y el Madrid se aprovechó de su cantera de estudiantes venidos de toda España,
por ejemplo aquellos rapazones ovetenses y veraneantes de Salinas con el
pedigrí del apellido Álvarez-Buylla. Tendieron un lazo futbolístico que unió
Madrid y Asturias a través de sus pioneros. Dieron patadas en Oviedo, pero
sobre todo en Salinas y en Avilés. Formaron, desde 1902, en diversos equipos
de la Corte y
en el Stadium avilesino y, por el
camino, tuvieron tiempo de estudiar en Madrid y jugar en aquel equipo que
estaba naciendo en la capital, junto a muchos otros estudiantes de la ILE.
Eran Vicente, Adolfo y Plácido Álvarez-Buylla Lozana, hijos
de Adolfo Álvarez-Buylla, catedrático de
Economía Política y Elementos de Hacienda Pública. A los dos primeros,
que fueron hombres notables, podemos encontrarlos sin dificultad entre las
viejas fichas del Real Madrid. Plácido, diplomático y Ministro de Industria y Comercio con el Frente Popular
entre febrero y octubre de 1936, confesaba en una entrevista haber jugado al
fútbol alguna vez con el ilustre catedrático Rafael Altamira y haber
militado también en el Madrid “un año y medio o dos años, en 1906 y 1907. Pero
una escisión en el club, capitaneada por los hermanos Giralt, que eran de los
que destacaban en el Madrid, me llevó a abandonarle y formé parte del Español
F.C., que se constituyó a base de los que se habían separado del club (...)”.
Eran otros tiempos. El fútbol, otra cosa, que sabía
mucho de estudios y elegantes bigotes y poco de profesiones. Y, pese a los
muchos kilómetros de distancia, puede verse como Avilés, Salinas y Oviedo
participaron, en sus inicios, de las glorias deportivas que campean por España.
Publicado en La Nueva España, 6-V-2012.
Publicado en La Nueva España, 6-V-2012.