UN AVILESINO A BORDO DEL "TITANIC"




     Con la fiebre desatada por el centenario del naufragio del "Titanic" miles de publicaciones se han ocupado de toda clase de historias. En Avilés hace quince años que, a partir de una investigación de Juan Carlos De la Madrid, salió a la luz la historia de Servando Ovies, un naufrago asturiano.  Se publicó, en 1998, en La Nueva España y en el año 2001 en el libro Paralelo 38. Estos días aquellos escritos fueron copiados sin el respeto, la cortesía y el rigor de citar la investigación que recortaban.  A continuación se transcribe íntegro el texto de aquella investigación, la única que se ha hecho para averiguar la identidad de este, ahora, célebre  náufrago.



1. Servando Ovies Rodríguez: un destino marcado por el Atlántico. 

Conocí la historia de Servando Ovies hace ahora diez años. Cástor G. Álvarez amigo entrañable y hombre de vivísima memoria, me puso sobre la pista de quien él llamaba “el avilesino del Titanic”. Esta historia me fascinó desde el primer momento, acaso por la pasión que Cástor sabía imprimir a su relato, trufado de referencias misteriosas en una narración casi novelesca sobre un supuesto corredor de joyas que desapareció con su secreto en el fondo del mar.
Confieso que, tras el primer momento de interés, dejé un tanto de lado la historia del “Titanic” aunque, desde entonces, fui coleccionando todo tipo de documentación y noticias sobre el naufragio del mítico buque. Con el tiempo llegaron a mi poder, siempre de forma casual, referencias, noticias dispersas y documentos inconexos, que hacían tomar cuerpo a la noticia de Cástor. Una entrevista con Carmen Rodríguez Suárez-Puerta, una de las personas cercana a la familia de Servando que sobrevive (es hija de su primo) completó la historia. Carmen fue narrando con lucidez y precisión todos aquellos detalles que vinieron a poner orden en lo que hasta entonces era una tentadora, pero amorfa, colección de datos.

Me sorprendí reuniendo documentos en tiempo record para componer el relato que sigue. Quedan lagunas por cubrir, algunas son tan profundas como el propio Atlántico, de otras jamás se conocerá su verdadera profundidad. Pero sin duda eso también servirá para cimentar la leyenda de este asturiano que participó, para su desgracia, en uno de los mayores naufragios que hayan conocido los siglos.
Página del libro Paralelo 38 con la partida de nacimiento y fotografía de Servando Ovies.


2. De la “Eusebia” al Titanic”.      


El destino de Servando Ovies Rodríguez comenzó a escribirse mucho antes de que subiera a bordo del “Titanic”. Realmente aquella mañana de abril de 1912 no era más que la consecuencia de acontecimientos que venían sucediéndose desde muchos años atrás, incluso muchos años antes de que Servando viniera al mundo en la medianoche del 21 de febrero de 1876 al final de la calle de Rivero en Avilés, probablemente en lo que entonces era número 105 pero que hoy, reformada aquella casa, no se corresponde con la que en Avilés llegó a conocerse popularmente como “casa del loro”.

Servando era hijo de don Ramón Ovies y Doña María del Carmen Rodríguez, una mujer muy resuelta cuya familia influiría en la de vida de Servando de una forma determinante. Precisamente el espíritu de empresa y los negocios de esa rama de la familia acabarían por decidir la orientación profesional de nuestro protagonista. Su propia madre, “Carmela” como era conocida en familia, llegó a regentar en la casa natal de Servando un negocio de embutidos y los famosos “jamones de Avilés”, mercancía ésta por la que fuera conocida la villa durante muchos años, aunque en realidad allí sólo se exportaban.

Dije al principio que el destino de Servando Ovies no le pertenecía ya que desde muy niño había de estar ligado a un proceso que envolvió por aquel entonces a muchos asturianos: la emigración a Cuba. Como otros rapaces de su edad (no más de quince años) partió hacia la Gran Antilla en busca de la colocación que le ofrecía su tío José Rodríguez López, otro avilesino emigrado en los años cuarenta y que en 1850 ya había montado “El Palacio de Cristal”, un almacén que tendrá mucho que ver en nuestra historia.

Desde entonces su destino quedó marcado por el viaje, los barcos y el Atlántico. Cruzar el océano llegó a ser una forma de vida: primero para empezar su actividad laboral en el viaje como emigrante, más tarde para surtir a sus negocios cubanos que necesitaban del casi rutinario aprovisionamiento en Europa.

Pero volvamos por un instante a su tío. José Rodríguez López fue el iniciador de una de esas invisibles cadenas con las que Asturias se unió a la tierra americana. Él, precursor de esta saga de emigrantes, había salido en los tiempos más duros, en los veleros de no más de trescientas toneladas -los más famosos propiedad del primer Marqués de Teverga- auténticos cascarones de nuez que iban sobrecargados de rapaces estibados en sus sollados con la esperanza de poder dedicarse un día en La Habana al comercio. Esos buques, como “La Eusebia”, han dejado su nombre para la historia de tan duros años.

Aquella época anterior al vapor en la que todavía se podía emigrar por puertos asturianos y que vio en las crisis y hambres de medidos del XIX el mejor acicate para la emigración, había de marcar por completo, a través de quienes le precedieron, el destino de Servando. Llegó a una edad en la que necesariamente había de ir a trabajar a Cuba, el negocio de su tío, prósperamente asentado desde hacía ya décadas, era la mejor ocasión, como lo fue también para su primo José Antonio Rodríguez. Ambos engrosaron así una nómina de emigrantes casi “profesionales”, con su porvenir escrito desde su nacimiento. Fueron a Cuba no para huir de la miseria sino para labrarse un futuro en la confianza de que allí estaba su puesto de trabajo. Y desde luego así sería.


Postal publicitaria del "Titanic" para  la compañía White Star (Paralelo 38).


3.“El Palacio de Cristal”.


La llegada de Servando Ovies Rodríguez a Cuba se produjo en un momento realmente confuso. Las ansias independentistas de la Isla y todo tipo de presiones internacionales amenazaban ya con la que sería guerra definitiva en 1895, en la que una vieja potencia como España fue literalmente destrozada por la emergente potencia yanqui.

La independencia de Cuba no terminó con la presencia española. El grueso de los emigrantes, y la mayoría de la población extranjera, siguió siendo española. El acuerdo hispano-norteamericano que dio fin al conflicto (artículo IX del Tratado de París), y la Constitución de 1901 que lo desarrolló, garantizaron las personas y propiedades, así como la nacionalidad de quienes optaron por conservarla o transmitirla a los hijos que engendraran en suelo cubano.

Aquí es donde la potencia de una saga ya asentada como la que había iniciado José Rodríguez López adquiere una importancia y un valor explicativo notable. Negocios como “El Palacio de Cristal” empezaron a tomar un protagonismo decisivo entonces, ya que la población de españoles sólo disminuyó sus efectivos entre los empleados directamente vinculados a la administración de la vieja colonia (funcionarios, militares...) pero, con el dinamismo económico que impulsó la presencia norteamericana, los años iniciales del siglo XX fueron de crecimiento económico y de bonanza para los negocios de la Isla.

Fue en ese momento, posiblemente, cuando la prosperidad empezó a sonreírle a Servando Ovies. “El Palacio de Cristal” era un típico establecimiento regentado por asturianos, la mayoría parientes o vinculados por relaciones de antigua vecindad. Así, junto con Servando, había iniciado su periplo en tierras cubanas su primo José Antonio Rodríguez, destacado personaje en Cuba, dirigente del Círculo Avilesino y hombre muy conocido entre los ambientes de la emigración por sus muchas actividades, entre otras las colaboraciones literarias bajo la firma de “Bartolo”. De alguna forma las vidas de ambos discurrieron de una forma simétrica en lo profesional y hasta en algunos detalles de lo personal.

Pero no acababan aquí las relaciones de fuerte parentesco. Por el almacén fueron pasando todo un repertorio de socios que respondían a ese retrato ya mencionado, todos de Avilés, casi todos parientes, desde el primer socio de apellido Álvarez, en los lejanos días de la fundación, hasta José y Germán González, también de Avilés, o los García Pola, del barrio avilesino de la Magdalena, emparentados directamente con Servando Ovies . No era más que un exponente de la maraña de relaciones que, al menos desde hacía medio siglo, se habían venido trazando entre Asturias y Cuba. La fuerte cohesión de la colonia asturiana se demostraba en unos invisibles lazos que cruzaban el Atlántico para anudar familias a medio camino entre el parentesco y el negocio.

Almacenes como “El palacio de Cristal” fueron destino habitual para la colonia asturiana, buscando la protección profesional de sus paisanos. Téngase en cuenta que comercios como éste eran atendidos por dependientes que soportaban durísimas jornadas de trabajo, aunque encontraban estímulo con alguna participación, por pequeña que fuese, en el negocio, lo que les mantenía viva la ilusión de la prosperidad que era divisa de todo emigrante dedicado al comercio.

A principios de siglo no era éste el caso de Servando Ovies. El relevo generacional en el negocio familiar era ya un hecho y él formaba parte de la gerencia. Por entonces el almacén se dedicaba a la importación y exportación de tejidos aunque mucho menos a la confección. Será en la última fase, la que no vería Servando y a la que pertenece la foto aportada por Carmen Puerta (es la tercera sede del almacén en la calle Aguiar) la que se dedicará a la comercialización de sábanas, pantalones o las inevitables guayaberas cubanas.

Bien asentado en la Isla, y con el viento a favor en lo profesional, Servando contrajo matrimonio el dieciséis de julio de 1909 con Eva Matilde López del Vallado, una dama cubana de origen español con la que tuvo un hijo, Servando, de muy corta edad cuando desapareció su padre, y que, mucho tiempo después, llegó a realizar algún viaje hasta Avilés para visitar a sus primas.

La vida de Servando era por entonces la que se suponía a un acaudalado comerciante: vivía en un confortable piso en la esquina de las calles La Habana y Cuba y participaba de la vida social de la colonia asturiana de la que, como vimos, su primo era un destacado representante. Entre sus cometidos profesionales no eran infrecuentes los viajes a Europa (Manchester o París) en busca de tejidos con los que renovar las existencias de “El Palacio de Cristal”. Quiso el destino que uno de esos viajes le llevase al “Titanic”.

Servando Ovies según fotografía publicada por La Nueva España.

4. El último viaje.


Cruzar el Atlántico había sido parte de la vida de Servando Ovies. En 1912, poco después de cumplir los 36 años, no pudo completar la que pensaba iba a ser su travesía más confortable. Aquel viaje de Servando había de tener sin embargo alguno de los componentes que, entre la casualidad y la fatalidad, alimentaron la leyenda de cuántos en Avilés recuerdan su historia.

En efecto, Servando hubo de viajar a París para atender uno de sus frecuentes negocios, en este caso optó por un viaje con una escala diferente. Se trataba de pasar por Avilés para visitar a su familia, en especial a su madre. Aquí es donde el rastro de Ovies se hace, a la vez, más nítido y más confuso, pleno de detalles en los que la realidad, la leyenda o los recuerdos modelados por el tiempo, confunden la historia.

Según todas las versiones, el viaje a París en busca de géneros llevaba otras misiones de carácter personal que, con independencia de los detalles, lo relacionan siempre con su primo José Antonio Rodríguez: se trataba de transportar en los baúles del equipaje algunos efectos personales de José Antonio. La tradición popular dice que era el ajuar de la boda, aunque muy posiblemente se tratase de otro ajuar, en este caso el que iba a regalarle al que sería su ahijado, Alberto, hijo de José Antonio.

Sea como fuere, otra de las leyendas introduce algo de fatídico en este viaje. Varias personas coinciden en situar un episodio final en el comedor de su tía Flora, es decir en la villa de la Magdalena de los García Pola. Allí, en medio de aquel inmenso salón, la familia interrogaba y prevenía a Servando sobre el viaje. “El Titanic” era ya mito antes de nacer y para muchas personas la travesía iba a ser peligrosa. Se dice que, para tranquilizar a sus parientes, Servando pronunció unas palabras que hoy suenan a epitafio y que, como tal, se vienen repitiendo entre aquéllos que cuentan este episodio: “yo estaré más seguro en ese barco que vosotros en este comedor”.

El resto del viaje, entre París, Cherburgo y Southampton, entra dentro de la muy conocida historia de aquel descomunal trasatlántico. Pronto llegó la noticia del naufragio. En aquellos días la confusión se apoderó de cuantos tenían familiares en el “Titanic”. La información circulaba con dificultad, no era sencillo confirmar la lista de víctimas y, durante al menos una semana, llegaron a Cuba y a Asturias todo tipo de referencias contradictoras. Los diarios de ambos lugares se hicieron eco de ellas y se siguieron con vivo interés. Una gacetilla del diario ovetense El Carbayón, nos sirve para resumir esta situación cuando, el 23 de abril de 1912, ponía fin a ese período de ansiedad de esta forma:

“Entre los españoles que han perecido en la catástrofe del “Titanic”, figura nuestro paisano el avilesino D. Servando Rodríguez Ovies (sic). En un principio se dijo que el señor Rodríguez Ovies se había salvado pero la familia recibió un cablegrama particular con la triste noticia del fallecimiento ocurrido en la tremenda catástrofe. A todos los deudos del finado les enviamos la expresión de nuestro sentimiento por tan sensible pérdida”.

El último episodio del relato de Servando Ovies nos lleva, fatalmente, a Halifax, donde se almacenaban para su reconocimiento los cuerpos de náufragos que habían devuelto las frías aguas del océano. De alguna manera allí concluyen dos historias, lógicamente la del infortunado Servando Ovies, pero también la de una relación forjada en Cuba, que había llevado a dos personas de vidas similares a separarse cuando, José Antonio Rodríguez, que no pudo olvidar jamás aquel trance, reconoció por las iniciales bordadas en la ropa, un cadáver casi anónimo que había traído el mar.