EL SABUGUERO DE LOS PUÑOS DE ACERO (y II)


Publicidad de los combates de La Pantera de Sabugo que circuló por Asturias y Madrid
(infografía: Miguel De la Madrid).



Aventuras madrileñas y otras andanzas de La Pantera de Sabugo, boxeador que un día quiso alzar los brazos entre las doce cuerdas del circo Price.

En el capítulo anterior dejábamos a La Pantera de Sabugo saboreando su éxito. Muchos paisanos habían viajado hasta Oviedo para llevarle su aliento en la decisiva velada en que se proclamó campeón de Asturias. Tenía afición, admiradores rendidos a sus puños, convertidos en forofos para lo que hiciera falta. Y Pepín era de ley. Para reconocer tanto apoyo del público, al día siguiente de su gran triunfo ofreció una fiesta en El Parche y en las calles de Sabugo. Un baile, de 9 a 11 de la noche, amenizado por un organillo que Pantera pagaba de su bolsa de campeón.
Era el rey de Avilés. Lo reconocían por la calle. Allí donde fuera los niños le rodeaban y las chicas le ponían ojitos. Camuesco, aquel músico legendario, compositor de afamados cuplés, capaz de citar en sus letras al mismísimo Pedro Menéndez, le dedicó un pasodoble: “La pantera de Sabugo, pasodoble sobre motivos populares”. El púgil había ascendido al Olimpo de los nuevos dioses del deporte, con las viejas hechuras de los dioses de la tauromaquia. Tenía hasta pasodoble propio. Y eso era mucho tener.
Sus combates provocaban expectación en su villa natal y el Teatro-Circo Somines hizo reformas para acomodar mejor el ring. Había seguidores, había triunfos y, por si fuera poco todo lo dicho, las confiterías de Asturias se lo disputaban como reclamo publicitario de sus productos. En Avilés la Nueva Confitería lanzaba a los cuatro vientos, en llamativos reclamos, que el secreto del éxito del sabuguero eran sus teresicas (las de la confitería). No estaba de acuerdo la gijonesa Confitería Darío, que afirmaba en su publicidad que La Pantera iba de incógnito a su pastelería para comer las delicias con las que fortaleció sus puños hasta ganar al León de Pumarín. El arma secreta oculta en un obrador pastelero. O en dos. Era célebre en toda Asturias. 
Después de conquistar por tres veces en dos años el título regional poco le quedaba por ganar en su tierra. Peleas, desafíos aquí y allá por ir consiguiendo algunas bolsas sustanciosas. Se los lanzaban sus rivales más directos en los periódicos, de acuerdo con promotores y periodistas. Combates a 10 rounds con guantes de crin de seis onzas, vendaje reglamentario y bolsa para el ganador en el lugar elegido por La Pantera.
Y se usaba las más artera provocación. Un periodista de Oviedo, interesado en que La Pantera aceptase un desafío contra Julio Viejo en su casa, llegó a enviar una crónica a la “Gaceta Deportiva” de Barcelona, diciendo que en un combate anterior entre Pantera y Viejo, una admiradora del avilesino había cogido a Viejo por una pierna arañándole la pantorrilla. Todo en plena pelea. Agresión en el octavo round. Cualquier cosa servía para  provocar o para calentar el ambiente.
 Hubo entre aquellos combates alguna derrota dolorosa, como la pelea contra Peña, otra vez en el Campoamor, que La Pantera abandonó en el noveno round, completamente groggy por el castigo recibido. Sin embargo la victoria, en febrero de 1932, contra José Antonio López “Pin Astur”, le compensó de todo. Con ella llegó ese tercer título de campeón de Asturias. Y se creyó el mejor.
 Los sones dulzones del organillo le venían al oído. El pasodoble de La Pantera. La melodía de la victoria. Además tenía gente muy cercana repitiéndole al oído que era muy bueno. Necesitaba aprovechar el momento. Ganar todo lo que pudiera en muy poco tiempo. Así que decidió ir a probar en la Corte. La capital comenzaba a ser un lugar donde se veía a púgiles con proyección y de Pantera habían escrito los periódicos de Gijón que tenía posibilidades de boxear incluso en Nueva York. Si era una invención, no era mala. Como maniobra publicitaria, la mejor. Su nombre empezó a conocerse y el bueno de Pepín, tal vez mal aconsejado, bajo al Foro detrás de su fama.
Conoció aquel Madrid de agitación republicana. Allí se presentó, el 10 de marzo de 1933, contra Jaime López “Ponce de León”, un antiguo marinero con un martillo en cada mano. Eran dos pescadores entre doce cuerdas. Pero no para calar boyas.
Pantera se llevó una somanta. Fue vista por la media entrada que acudió al circo Price. Y la recordó, negro sobre blanco, una prensa capitalina muy cruel. El periodista madrileño Cruz y Martín le reservó una crítica demoledora. Así concluía: “La Pantera recibió un palizón, aguantándolo bien y perdiendo por puntos. El público hubiera perdido la paciencia, de no reír bastante con las extravagantes posturas de “la fiera”.
 Otros dijeron que Pantera no sabía boxear. Y otros, como el Revoltillo del Gracia, lo tomaron con humor, que es la peor forma de tomarse la derrota de un campeón:

  “En Price hubo una velada
y al empresario le plugo
anunciar como un fenómeno
al “Pantera de Sabugo”.
  Y a apenas asomó al “ring”
la tan renombrada fiera
pude ver que el empresario
nos dio gato por pantera.”

Fue una expedición fallida. Volvió sin haber besado la lona, sin haber caído al suelo, pero con el convencimiento de donde estaba su techo. Muy lejos de La Cibeles y a años luz de la Estatua de la Libertad. Muy poco más allá de Pajares. Aunque eso no acabó con Pantera. Su estilo de boxeo era crecerse en el castigo. Y eso es lo que hizo después de Madrid.
Habían pasado algunos meses de tan humillante derrota cuando Emilio Bautista, presidente de la Federación Castellana de Boxeo, recibió una postal dedicada por La Pantera de Sabugo. Era la típica fotografía de busto con el púgil guardia en alto, pero la zona de los brazos estaba absolutamente desgastada, en muy mal estado. Invisible. A Bautista le pareció de mal gusto que le enviaran una foto vieja y deteriorada y, buscando explicación al estado del obsequio, miró al dorso y la encontró, con creces, de puño y letra del sabuguero:
“He raspado la parte de los brazos. Perdóneme que me haya tomado esta libertad, pero es que mi guardia es secreta, y si usted la ve puede decírsela a otros púgiles, lo que sería perjudicarme”.

Así de chulo era este Pantera.

Publicado en La Nueva España, 27-V-2012.