CON LA MOCHILA Y EL CORREAJE

Las fiestas de San Agustín de 1914 fueron la ocasión para que los exploradores de Avilés iniciasen oficialmente su andadura, marcando el paso. Los primeros niños exploradores, en mal coordinada instrucción por las calles de Avilés
(colección Claudio López Arias. Infografía: Miguel De la Madrid).

            De toda la vida de Dios las exploradoras, niñas bonitas, han ido haciendo el oso por Avilés y han tenido novios muy sinvergüenzas, cuyo único interés era lograr que luciesen las pantorrillas, aprovechando aquellos trajes que, por lo del estirón, no les llegaban ni a las rodillas. Al menos eso se decía en las canciones que uno ha oído cantar a sus mayores en los viajes y en las merendolas de cumpleaños.
            El excursionismo tenía esas cosas. Las tenía desde su nacimiento, a finales del siglo XIX. Fue entonces cuando, en el empeño de inventar las patrias y sus bellezas, empezaron a valorarse la geografía y el paisaje; el alma de los pueblos. No existía nada como lo propio. Había que recorrerlo: el viaje para encontrarse con los rincones de la patria.
Y cuando las patrias asoman hay que gastar cuidado. Y llevar brújula. El excursionismo interesó tanto a los Estados viejos como a aquellos que querían llegar a serlo creando de la nada identidades y banderas. En España la moda empezó por Cataluña, donde cuajó en el prestigioso Centre Excursionista. En el País Vasco se dedicaron a recorrer los montes las juventudes del PNV, y, en Madrid, fue la innovadora Institución Libre de Enseñanza, quien teorizó sobre la unión de excursiones y escolares.
Y por aquí llegaron los exploradores. Boy Scouts según la inglesa denominación que les pusiera en 1907 su fundador, el muy británico y general Robert Stephenson Smith Baden-Powell. Cuatro años más tarde se instalaban en España de la mano del capitán Teodoro Iradier y, en 1913, Asturias entraba de lleno en el escultismo, que así de complicada tenía la traducción aquello de Baden-Powell.
A las autoridades les interesaban los Scouts. Ya digo que la cosa no iba sólo de subir riscos y admirar las campesinas flores. Eran una tropa de juvenil infantería dirigida, en Gran Bretaña y en España, por militares del arma de caballería. Sus estatutos aclaraban un objetivo principal: “desarrollar en la juventud el amor a la Patria, el respeto al Jefe del Estado, a las Leyes de la Nación y el culto al Honor”. El control de la juventud con las formas de la milicia. Alfonso XIII les dio su bendición. Vistió su uniforme y logró que, por Real Orden de 12 de febrero de 1914, les fuese reconocida la personalidad jurídica. Ese año llegaron hasta Avilés.
En nuestra villa los exploradores fueron una iniciativa más de la Sociedad Fomento. Apoyaba cualquier empresa que pudiera sacar al pueblo de la postración y el marasmo, sin excluir los festejos o desarrollo del turismo. Aquí entraban los exploradores. Con ese objetivo prestó sus locales y organización para la constitución del comité local avilesino en mayo de 1914.
Al mes siguiente, a la vez que se realizaban las primeras inscripciones, se formaba un cuadro de damas y de socios de honor. Había que llegar a las fuerzas vivas de Avilés, a miembros de las clases dirigentes de la villa. Leopoldo Iradier lo había dejado claro por carta a la Sociedad Fomento: “procure escoger entre las clases de más prestigio y significación, las personas que han de formar el Comité”. Dicho y hecho. El comité de Avilés reunió un ramillete de lo más influyente que por aquí se podía encontrar, presidido por Jenaro de Llano Ponte, marqués de Ferrera. No faltaron, entre otras personalidades, un capellán tan conocido como Manuel Álvarez Sánchez, ni siquiera un médico como Bill Alain .
Lustrosos apellidos para iniciar una labor de mejoramiento de la raza a base de lecciones de gimnasia sueca y patriotismo. Para ambas cosas la disciplina castrense era indispensable, por eso se había designado a Manuel Córdoba, teniente de carabineros, como jefe de tropa. Él empezó a instruirlos para que salieran, a finales de junio, en su primer y marcial desfile.
La parada no debió ser todo lo lucida que se esperaba. Eran sólo niños. Los mayores de 14 años habían desertado, cayendo en la emboscada del baile dominical “agarrao”, que sería menos disciplinado, pero mucho más atractivo. Así que los de la tropa hicieron lo que pudieron, marcando el paso con la ayuda de tres cornetas y dos tambores comprados a la Asociación de Caridad. Pero había que hacer más.
No era suficiente con organizar excursiones a La Magdalena o instrucción en El Focicón. De esa forma la cosa no calaba. Así que se invitó al mismísimo Teodoro Iradier, padre del escultismo en España, para que visitara Avilés. Era 25 de julio cuando llegó hasta El Parche, escoltado por tres exploradores ciclistas, y recibido por el marqués de Ferrera. Iriadier disertó en el Casino, con gran éxito, sobre la instrucción y el significado de los exploradores. Sus pupilos, llenos de entusiasmo y en formación, le despidieron en el Parque del Muelle con el saludo reglamentario, sombrero y bordón en alto.
La presencia de la máxima autoridad hispana dio fuerzas al movimiento avilesino y las fiestas de San Agustín la mejor ocasión para tirar la casa, y el uniforme, por la ventana. Se decidió montar el solemne acto de la promesa de los exploradores avilesinos, arropado por el programa festivo, el 24 de agosto. Así entrarían en sociedad.
Un día espléndido que amaneció con la llamada de la banda de música y de parejas de gaita y tambor. Las fiestas estaban dedicadas a Oviedo y las calles esperaban a los carbayones con pancartas, colgaduras y hasta un arco de triunfo. Pero antes llegaron los Scouts, una tropa de 56 vino de Gijón, 80 más de Oviedo, y unos 20 entre Pravia y Grado. Ya eran un pequeño ejército que, con los de Avilés, desfiló en marcial formación por el parque, el ayuntamiento, Sabugo…
Para entonces ya no se podía caminar por la villa. Una muchedumbre, conducida como flautista de Hamelín por los pasodobles de la banda, rodeaba la estación. A las 11 de la mañana llegó el tren botijo de Oviedo. 28 vagones hasta los topes. Hasta las banderas con las que la locomotora venía decorada. Y todo Avilés fue una fiesta.
La autoridad vigilaba. Presidían los actos el capitán general de la región militar, Ximénez Sandoval, el gobernador militar, Manzano, el general Burguete y un nutrido Estado Mayor de jefes y oficiales. Ellos darían fe de la promesa de los exploradores.
La tropa estaba formada en el parque del Muelle. Allí el capitán general pasó una revista minuciosa. Metido entre filas, viendo correajes y ornamentos y preguntando, al descuido, detalles de los artículos del Código del Explorador. Todos pasaron la prueba. Todos, como soldados en miniatura, prometieron fidelidad a la bandera y a la patria. Para solemnizarlo, la banda del regimiento del Príncipe tocó el Himno del Explorador. Y se rompieron filas en Las Meanas, donde señoritas de la localidad servían el rancho haciendo de cantineras del regimiento.
En los años por venir los Scouts pasaron por etapas mejores y peores. La patria y sus salvadores tuvieron culpa de no pocas de aquellas alternativas. Pero de esos años pioneros jamás se fue el recuerdo. Una melodía popular que sonó en el repertorio de bandas y hasta en organillos callejeros. Una música a la que, el que más y el que menos, le ponía otra letra. Ya saben aquello de:

Con la mochila y el correaje,
parecen burros que van de viaje

Publicado en La Nueva España, 26-VIII-2012.