La crisis
del 2008 se mira en el espejo de la crisis de 1908
y encuentra caras conocidas.
Dentro de muchos años, cuando consulten la historia de estos días,
nuestros deudos comprobarán con asombro que atravesábamos una de las más agudas
crisis económicas de la historia del capitalismo. Y se asombrarán con funestas
cifras y digitales gráficas en descenso hasta las profundidades abisales de la
más cruda depresión. Entonces podrán comparar con los primeros años del siglo
XX, viendo que la crisis también estaba aquí.
Hay tópicos que no mueren, por ejemplo ese de que “siempre hubo ricos
y probes”. Cierto es. Pero su calidad y proporción no siempre fue igual. A
principios del siglo XX la sociedad era dual, casi esquizofrénica. Un tiempo en
el que los ricos eran pocos, pero muy ricos, y los pobres eran muchos, pero muy
pobres. Algunos paupérrimos. La distancia entre los grupos era sideral, y las
medidas de previsión social prácticamente inexistentes. Un accidente laboral en
casa de un trabajador podía condenar a su familia de por vida. Aunque, en los
primeros años del siglo, el trabajo no faltaba.
Era
mucho trabajo, pero era trabajo malo. El único que conocieron quienes hacían
del riesgo su vida para apostar la suerte y la salud en las labores más
cotidianas, por cinco pesetas de jornal. Aquellos que laboraban al límite en la
mina de Arnao, avanzando bajo la amenaza constante de inundación, en zonas muy
profundas donde no llegaba la ventilación y los gases devoraban la salud de los
mineros. Que trepaban a traidores andamios donde hacían equilibrios como
funámbulos sin red. Que cargaban barcos a la sombra de rudimentarias grúas. Que
esperaban en el agua bajo la amura de los vapores a que cayera el carbón
sobrante para arrastrarlo en desvencijados chalanos. Que quemaban los pulmones al pie de hornos de vidrio,
alimentando enfisemas. Que “servían” toda la vida en casas muy buenas, hasta
quedar inservibles. Y mantenidos. Que no tenían horarios ni edades. Era normal
ver a niños de diez u once años trabajando de “guaje” en la mina de Arnao, de
“muchacho” en fábricas, y de “pinche” en cualquiera de aquellas obras tan
frecuentes entonces. Amasando pasta, llevando cachetes o levitando al subir
pesados calderos colgados al otro extremo de herrumbrosas roldanas.
Pero el
trabajo duró poco. Justamente un siglo antes de nuestros actuales padecimientos,
la crisis se cebó en una economía tan frágil como la avilesina y pasó a sangre
y fuego asolando los puestos de trabajo. Tras ella sólo quedaron los ricos,
igual de ricos, y los pobres, mucho más pobres. Como ahora.
La economía se paró y, como sucede siempre en estos casos, pobreza
llamó a pobreza, necesidad a más necesidad y se empezaron a repartir generosas
raciones de desgracia a todo quisqui. Por eso nació, el 31 de enero de 1908, la Asociación Avilesina de Caridad y Restaurant Económico.
Era una iniciativa bastante plural,
habida cuenta de que, siempre bajo el control de los notables de la villa, se
había juntado un variopinto grupo en el que no faltaban representantes de la Iglesia , la empresa, los
trabajadores, la prensa, la política y, sobre todo, del activo grupo de
universitarios que acampaban hacía años en nuestra comarca, desde los veranos
de la Colonia
a los inviernos de la Extensión Universitaria.
Se trataba de
dar sustento al cuerpo y al alma. La miseria había hecho compañeros de pupitre
a una gavilla de niños cuyos platos no conocían más carne que la de unos
orondos piojos, señores de la suciedad y el abandono con el que estaban
construidas las casas más modestas de Sabugo o La Polvorosa. Así que,
como había que saciar el hambre de pan, con algo más de esfuerzo, la Asociación Avilesina
de Caridad montó las escuelas del Ave María, para el hambre de saber.
Los
comedores de la Asociación
se aprovecharon como aulas y en los jardines se construyeron modernos recursos
pedagógicos, como un famoso mapa-mundi de cemento que ponía el mundo al alcance
de la mano y de los pies de aquellos “golfillos”, en palabras de los promotores
de la institución. Niños mal calzados y con mucha necesidad, beneficiarios de
iniciativas a la moda para combatir la pobreza de los modestos. A la vez, los
notables de la población conseguían mayor relevancia social e importantes
apoyos, materiales e intelectuales, como el de la propia Universidad de Oviedo.
Menú muy completo. Restaurante para
el cuerpo, aulas para la mente, enseñanzas para el alma. Se financiaban con
habilidad y sin gastar ni un real de los caudales de la Asociación. Sus
promotores reunían unas 30.000 pesetas cada año a base de cuotas, donativos,
cepos, venta de bonos y funciones benéficas de todo tipo, llenas de señoritas
de las familias más principales de la villa y de Salinas luciendo sus
habilidades y su arte para la causa.
Todo ese dinero se gastaba, por
ejemplo en 1909, en ofrecer unos 15.000 desayunos, 103.000 comidas, 49.000
cenas, vender 1.700 raciones, atender a 1.121 transeúntes y otros variados
auxilios, como ofrecer socorros en metálico a “familias vergonzantes”, atender
a los muchos enfermos de viruela o
comprar víveres y colchones.
Figuras
harapientas, mal comidas, peor aseadas y llenas de pobreza abarrotaron el
Restaurant Económico de la Asociación. Acababa de nacer, para tranquilidad
de las conciencias de algunos pudientes, experimento de intelectuales y azote
del hambre de muchos avilesinos que, sin trabajo y sin esperanza, no
encontraron otro medio para combatir días miserables.
Allí estaba
tan benemérita institución, para certificar la desgracia de Avilés. Ella misma
acarreó una parte de esa desgracia cuando, al año siguiente de su constitución,
perdía todos sus fondos en la quiebra de la casa de banca J. de Alvaré y Compañía, en
suspensión de pagos al final del verano. Poco le faltó para llevarse con ella
al fondo del olvido a toda la institución. El desastre financiero, además de
agotar sus ahorros, provocó la fuga de varios socios protectores que
consideraron inútil colocar allí su dinero. La situación se salvó en el último
momento con un desinteresado préstamo de 3.000 pesetas, cuyo promotor decidió
quedar en el anonimato.
A la Asociación casi le
cuesta la vida. Pero milagrosamente sobrevivió para auxiliar a los que, ya por
esos años, perdían de verdad la suya pasto de la viruela y cuyas familias, que
quedaban en la más absoluta indigencia, no tenían ni para comprar un mal ataúd.
A principios del siglo XX, la caridad era, sobre todo, privada y
socialmente muy rentable para los señores que la ejercían, pero era el único
recurso que tenían muchos avilesinos para capear sus necesidades en unos años
de miseria.
A principios del siglo XXI ha sido sustituida por los servicios
sociales públicos, mientras duren. Pero los reveses de la economía, la pobreza,
la necesidad y la desgracia aún no tienen quien los sustituya. Ni los pobres han
aprendido a esquivarlos.
La crisis siempre deja su cuenta en la mano del mismo comensal.
Publicado en La Nueva España, 15-VII-2012