RICOS Y "PROBES"



Contraste entre las fuerzas vivas de la Asociación Avilesina de Caridad y Centro Asturiano en 1911, fotografiadas por Alonso, y los comedores del restaurante económico (infografía: Miguel De la Madrid).
La crisis del 2008 se mira en el espejo de la crisis de 1908
 y encuentra caras conocidas.

Dentro de muchos años, cuando consulten la historia de estos días, nuestros deudos comprobarán con asombro que atravesábamos una de las más agudas crisis económicas de la historia del capitalismo. Y se asombrarán con funestas cifras y digitales gráficas en descenso hasta las profundidades abisales de la más cruda depresión. Entonces podrán comparar con los primeros años del siglo XX, viendo que la crisis también estaba aquí.  
Hay tópicos que no mueren, por ejemplo ese de que “siempre hubo ricos y probes”. Cierto es. Pero su calidad y proporción no siempre fue igual. A principios del siglo XX la sociedad era dual, casi esquizofrénica. Un tiempo en el que los ricos eran pocos, pero muy ricos, y los pobres eran muchos, pero muy pobres. Algunos paupérrimos. La distancia entre los grupos era sideral, y las medidas de previsión social prácticamente inexistentes. Un accidente laboral en casa de un trabajador podía condenar a su familia de por vida. Aunque, en los primeros años del siglo, el trabajo no faltaba.
 Era mucho trabajo, pero era trabajo malo. El único que conocieron quienes hacían del riesgo su vida para apostar la suerte y la salud en las labores más cotidianas, por cinco pesetas de jornal. Aquellos que laboraban al límite en la mina de Arnao, avanzando bajo la amenaza constante de inundación, en zonas muy profundas donde no llegaba la ventilación y los gases devoraban la salud de los mineros. Que trepaban a traidores andamios donde hacían equilibrios como funámbulos sin red. Que cargaban barcos a la sombra de rudimentarias grúas. Que esperaban en el agua bajo la amura de los vapores a que cayera el carbón sobrante para arrastrarlo en desvencijados chalanos. Que quemaban los pulmones al pie de hornos de vidrio, alimentando enfisemas. Que “servían” toda la vida en casas muy buenas, hasta quedar inservibles. Y mantenidos. Que no tenían horarios ni edades. Era normal ver a niños de diez u once años trabajando de “guaje” en la mina de Arnao, de “muchacho” en fábricas, y de “pinche” en cualquiera de aquellas obras tan frecuentes entonces. Amasando pasta, llevando cachetes o levitando al subir pesados calderos colgados al otro extremo de herrumbrosas roldanas.
Pero el trabajo duró poco. Justamente un siglo antes de nuestros actuales padecimientos, la crisis se cebó en una economía tan frágil como la avilesina y pasó a sangre y fuego asolando los puestos de trabajo. Tras ella sólo quedaron los ricos, igual de ricos, y los pobres, mucho más pobres. Como ahora.
La economía se paró y, como sucede siempre en estos casos, pobreza llamó a pobreza, necesidad a más necesidad y se empezaron a repartir generosas raciones de desgracia a todo quisqui. Por eso nació, el 31 de enero de 1908, la Asociación Avilesina de Caridad y Restaurant Económico.
           Era una iniciativa bastante plural, habida cuenta de que, siempre bajo el control de los notables de la villa, se había juntado un variopinto grupo en el que no faltaban representantes de la Iglesia, la empresa, los trabajadores, la prensa, la política y, sobre todo, del activo grupo de universitarios que acampaban hacía años en nuestra comarca, desde los veranos de la Colonia a los inviernos de la Extensión Universitaria.
Se trataba de dar sustento al cuerpo y al alma. La miseria había hecho compañeros de pupitre a una gavilla de niños cuyos platos no conocían más carne que la de unos orondos piojos, señores de la suciedad y el abandono con el que estaban construidas las casas más modestas de Sabugo o La Polvorosa. Así que, como había que saciar el hambre de pan, con algo más de esfuerzo, la Asociación Avilesina de Caridad montó las escuelas del Ave María, para el hambre de saber.
Los comedores de la Asociación se aprovecharon como aulas y en los jardines se construyeron modernos recursos pedagógicos, como un famoso mapa-mundi de cemento que ponía el mundo al alcance de la mano y de los pies de aquellos “golfillos”, en palabras de los promotores de la institución. Niños mal calzados y con mucha necesidad, beneficiarios de iniciativas a la moda para combatir la pobreza de los modestos. A la vez, los notables de la población conseguían mayor relevancia social e importantes apoyos, materiales e intelectuales, como el de la propia Universidad de Oviedo.
           Menú muy completo. Restaurante para el cuerpo, aulas para la mente, enseñanzas para el alma. Se financiaban con habilidad y sin gastar ni un real de los caudales de la Asociación. Sus promotores reunían unas 30.000 pesetas cada año a base de cuotas, donativos, cepos, venta de bonos y funciones benéficas de todo tipo, llenas de señoritas de las familias más principales de la villa y de Salinas luciendo sus habilidades y su arte para la causa.
           Todo ese dinero se gastaba, por ejemplo en 1909, en ofrecer unos 15.000 desayunos, 103.000 comidas, 49.000 cenas, vender 1.700 raciones, atender a 1.121 transeúntes y otros variados auxilios, como ofrecer socorros en metálico a “familias vergonzantes”, atender a  los muchos enfermos de viruela o comprar víveres y colchones.
Figuras harapientas, mal comidas, peor aseadas y llenas de pobreza abarrotaron el Restaurant Económico de la Asociación. Acababa de nacer, para tranquilidad de las conciencias de algunos pudientes, experimento de intelectuales y azote del hambre de muchos avilesinos que, sin trabajo y sin esperanza, no encontraron otro medio para combatir días miserables.
Allí estaba tan benemérita institución, para certificar la desgracia de Avilés. Ella misma acarreó una parte de esa desgracia cuando, al año siguiente de su constitución, perdía todos sus fondos en la quiebra de la casa de banca J. de Alvaré y Compañía, en suspensión de pagos al final del verano. Poco le faltó para llevarse con ella al fondo del olvido a toda la institución. El desastre financiero, además de agotar sus ahorros, provocó la fuga de varios socios protectores que consideraron inútil colocar allí su dinero. La situación se salvó en el último momento con un desinteresado préstamo de 3.000 pesetas, cuyo promotor decidió quedar en el anonimato.
A la Asociación casi le cuesta la vida. Pero milagrosamente sobrevivió para auxiliar a los que, ya por esos años, perdían de verdad la suya pasto de la viruela y cuyas familias, que quedaban en la más absoluta indigencia, no tenían ni para comprar un mal ataúd.
A principios del siglo XX, la caridad era, sobre todo, privada y socialmente muy rentable para los señores que la ejercían, pero era el único recurso que tenían muchos avilesinos para capear sus necesidades en unos años de miseria.
A principios del siglo XXI ha sido sustituida por los servicios sociales públicos, mientras duren. Pero los reveses de la economía, la pobreza, la necesidad y la desgracia aún no tienen quien los sustituya. Ni los pobres han aprendido a esquivarlos.
La crisis siempre deja su cuenta en la mano del mismo comensal. 


                                                                            Publicado en La Nueva España, 15-VII-2012