CON EL JALEO DEL TREN. Viaje a los orígenes de la ciudad bipolar


Los dos garrotes que enmarcaron la llegada del ferrocarril y de otros proyectos importantes para Avilés, sirven aquí de palio a la primera locomotora 
(montaje: Miguel De la Madrid).


La llegada del ferrocarril es la metáfora del Avilés contemporáneo. El de la villa que busca el proyecto definitivo que la lance al progreso, pero que, cuando lo tiene a tiro, es incapaz de ponerse de acuerdo. Los intereses y la opinión cavan sus trincheras y el tiempo se pierde en largas guerras de posiciones y victorias pírricas. Ningún avance. Al final, cuando se levanta el campo, no queda más que un paisaje devastado por los obuses. Las divisiones internas malogran el presente y complican el futuro. Y así pasan los siglos.
Todo empezó un veintitrés de junio de 1889. Era domingo y era de noche. Noche de San Juan. En la plaza de la Constitución, frente al ayuntamiento, aguardaban grupos dispersos de hombres en espera de la danza de mujeres que retornaba de Rivero. Como dicen las coplas de la danza prima, esa noche había que dormirla con cuidado.
No muy lejos de allí, en el campo de Caín, otros que no dormían iban formando una tropa singular. Sabugueros, aldeanos del contorno, liberales teverganos y trabajadores de las obras del puerto. Una arenga y en marcha. Llevaban garrotes y navajas. Hubo testigos, sin duda exagerados, que entre la oscuridad de la noche quisieron ver trescientas sombras. Muchas sombras parecen. Pocos no eran. Ascendieron a buen paso la calle de La Cámara y entraron en la plaza como cuña gigante que arremetió contra los grupos dispersos de quienes esperaban para escuchar y repetir coplas satíricas por el asunto del ferrocarril. Carreras, insultos, cristales rotos en casas de Rivero, El Muelle, y el café del Louvre. Golpes, muchos golpes, mientras las autoridades miraban para otro lado. Hay quien dice que dos tenientes de alcalde y un concejal encabezaban la tropa. Tanto da. Sólo al día siguiente el gobernador de la provincia envió doce guardias civiles a las órdenes de un teniente. Ya era tarde. La refriega había dejado diez heridos y una llaga difícil de cerrar que partía en dos a una villa a punto de estrenar un siglo nuevo.
Ese siglo llegaba antes de tiempo. En el verano de 1890, con el ferrocarril, el progreso moderno anticipaba la centuria venidera. Ésa fue la causa del enfrentamiento. Los intereses políticos y económicos se hicieron garrote y, con él, los cantistas del marqués de Teverga lograron dominar a la otra parte de Avilés que quería edificar la estación en La Industria, solar más propicio a los intereses del resto de caciques, encabezados por el marqués de Ferrera. Las manos fueron el final de una larga pendencia, pero también el principio de una lucha de intereses que tiñó de ira toda la primera década del siglo XX.
Este pórtico sirve de guía útil para que cada quien vaya interpretando la historia más reciente de Avilés manejando unas claves que no han dejado de repetirse desde entonces: progreso y regreso, proyectos y antiproyectos, caciquismo irreconciliable, puerto y ferrocarril, división imposible de soldar.
El progreso de las condiciones más óptimas en las que murió el siglo XIX y empezó el siglo XX, que acabó gastándose de inmediato cuando la suerte cambió y el puerto de El Musel ascendió entre la incapacidad de los avilesinos para aprovechar sus mejores bazas.
A lo largo de los años siempre ha sido así. A una fase de progreso, a veces casual, le sigue una fase de regreso, de decadencia, en la que la ciudad queda sonada por los golpes del infortunio sin saber como levantarse. A principios del siglo XX fue por el ferrocarril y el puerto, al final del siglo por la siderurgia. Nace el siglo XX en la abundancia y muere en la escasez. Llega el XXI con las mejores promesas y se topa con las peores realidades.
El caciquismo, las banderías, los propagandistas envidiosos, ignorantes y resentidos, los proyectos no conseguidos, los políticos de corta talla y tosco talle para sortear dificultades, se venían fraguando desde mediados del siglo XIX y llegaron, con variaciones, a pervivir a lo largo de todo el siglo XX. Una clase dominante bien asentada vio ascender al grupo de los débiles atrincherándose en su poder y controlando sus propios intereses, casi siempre económicos, para arrojarlos sin misericordia al contrario con desprecio por la prosperidad de la villa.
Siempre hubo al menos dos grupos. Dos entre los poderosos o el de éstos y los débiles. Jamás hubo acuerdo. Nunca objetivos comunes. La envidia y el exterminio del contrario fueron las manos que movieron los garrotes de final del siglo XIX. Las que empuñaron las venganzas de la guerra civil en el XX. Las mismas que a finales de ese siglo fueron incapaces de sumar y no restar, de acordar y no confrontar, de colocarse bajo la misma bandera para dar salida a los muchos males de la ciudad.
Y al fin todo volvió: el problema del ferrocarril, el de dónde poner la industria, el de por dónde hacer crecer la ciudad, el de hacer grande a un puerto que siempre ha sido pequeño, el de apostar por un proyecto de todos para afrontar el siglo XXI.
El principio es el final. Aquí se ve como era necesario irse a aquella lejana noche en la que los caciques y los garrotes fueron los mismos que se arrastraron a lo largo del siglo en Avilés.
Todo había empezado en aquella noche de San Juan.  
                  

                                                                          Publicado en La Nueva España, 29-IV-2012